martes, 28 de septiembre de 2010

Fanfic (continuación)

Gerald Samson examinaba su propio rostro en el astillado espejo que colgaba de la pared, transmutándole en un millar de imágenes de diversos tamaños que parecían estudiarle a él con recíproco detenimiento. Acababa de cumplir los veintidós años, pero su rostro suave y ovalado y una piel absolutamente tersa y lampiña le hacían parecer aún más joven, apenas un adolescente. Tenía unos grandes ojos, cálidos y dulces, que sumados al suave vello que le cubría el entrecejo le daban cierto aspecto de bondadoso bobalicón, el objetivo soñado por cualquier estafador de los que parecen multiplicarse en las oscuras calles de Nueva Springfield.

Resulta extraño hasta qué punto pueden engañar las apariencias.

-Ya debería estar aquí –dijo, y su voz desmintió la calidez de su aspecto. Era una voz gélida, tan fría y afilada como los fragmentos de cristal del espejo. Ningún ser humano podía tener una voz como esa. Al menos, ningún ser humano cuerdo.

-Pronto llegará –respondió una segunda voz, tan distinta a la primera como el fuego y el agua. Ésta era una voz grave, suave, tranquilizadora. Voz de hipnotizador, como susurros de un tenor de ópera. Quizá levemente quebrada por la edad, pero aún seductora-. A los secuaces del Gran B les gusta hacerse esperar. Es un modo de demostrar su poder.

-Me huele a podrido, señor –dijo Gerald, apartando su mirada del espejo. Llevaba demasiado tiempo inactivo esperando un trabajo. Sus dedos temblaban inquietos, deseosos de apretar un gatillo, de sentir el dulce retroceso del percutor que precede a la agonía silenciosa del moribundo, los preciosos segundos en que el objetivo se aferra a su triste vida, demasiado cobarde para atreverse a comprender que ya está muerto. La idea de una nueva misión, de una nueva muerte, lo conducía a un estado de éxtasis para el que jamás había podido encontrar sustituto. Y sin embargo… -. Es peligroso. Burns es un tramposo, jamás juega limpio. Por eso domina el mundo.

-Mi querido Gerald –dijo la Segunda Voz, sedante-, necesitas que ampliar tu perspectiva. Nadie se granjea tantos enemigos como el hombre más poderoso de la Tierra. Si consigo que te contrate, dejaremos de vagar en busca de imbéciles que quieran acallar su mala conciencia destripando a quienes recuerdan sus pecados. Tendremos misiones de verdad, dinero de verdad, y muertes de verdad ¿comprendes?

-Sí, señor, pero… -comenzó a decir el joven mercenario, pero sus palabras de hielo murieron en su garganta. Con la impecable precisión de quien conoce la importancia de la primera impresión, el contratista del Gran B acababa de hacer su entrada. Una puerta abierta con un seco golpe, una silueta oscura recortándose ante la pálida luz rojiza del atardecer, de un modo tan perfecto que no podía ser casual. Unos pasos dotados de la firmeza precisa y calculada lentitud, acompasados por el pausado claqué de los tacones de aguja.

Su belleza sobrepasaba los cánones terrenales. Su cabello era una cascada de brillante obsidiana, sus ojos almendrados brillaban con el color de las aguamarinas. Sus labios, rojos como la misma sangre, sonreían de un modo que hubiese podido hacer hervir el hielo. Quizá hubiese pasado los treinta, pero ninguna arruga quebraba la perfecta suavidad de su rostro, con la sola excepción de los minúsculos hoyuelos que aparecían en sus mejillas cuando reía.

Nada en sus movimientos era espontáneo, o fruto de la casualidad. Cuando finalmente se detuvo, lo hizo a una distancia perfectamente calculada. Cuando le miró a los ojos, la apertura de sus párpados era la idónea. Cada gesto, cada sonrisa, cada pestañeo, no era más que una hebra de esa invisible tela de araña que con lentitud, pero con milimétrica precisión, tejía alrededor de la víctima de sus encantos. El mundo se regía por la ley de la jungla y ella se aseguraba de ser una depredadora.

-Buenos días, Gerald –dijo, con solo un ligerísimo toque de picardía en el modo de pronunciar las vocales-. Me llamo Jessica Lovejoy, pero puedes llamarme Jessica si quieres. Supongo que ya sabrás para qué he venido.

-Ha venido a ofrecernos un trato, señorita Lovejoy –respondió el asesino, y las cuchillas de su voz rompieron el hechizo con despiadada brutalidad, deshebrando la telaraña de gestos y palabras. Ninguna mujer tenía poder sobre el joven. La única excitación que podía sentir ante un cuerpo desnudo la causaba la visión del tembloroso palpitar de la sangre bajo la piel.

Jessica sonrió. Adoraba los retos.

-Un hombre de negocios, ya veo –dijo, divertida. Con un gesto rápido, le alcanzó a Gerald un codificador holográfico de pequeño tamaño-. Queremos que elimines a un objetivo de modo inmediato. La discreción no es necesaria, pero sí solicitamos una prueba patente de que el trabajo ha sido completado. A ser posible, la cabeza entera, el Gran B tiene cierta predilección por los trofeos de caza.

-Ya veo –dijo Gerald distraídamente, manipulando el codificador para que mostrara la imagen y los datos de su nueva presa-. ¿Y el dinero?

-Siendo este tu primer trabajo para nosotros, se te considerará un sujeto en pruebas. No tendrás paga esta vez, pero si cumples, te presentaremos nuevas misiones con asiduidad. Y sabemos recompensar a quienes nos sirven bien, Gerald.

El joven psicótico no respondió. Miraba la imagen que el codificador holográfico proyectaba, con los ojos muy abiertos y la mandíbula desencajada. Poco a poco, una sonrisa siniestra se dibujó en su rostro.

-Aceptamos –dijo la Segunda Voz, sin esperar la respuesta de su compañero.

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-Es un tipo peligroso –aceptó Jessica, sonriendo, después de que Gerald dejase la habitación.

-Todas las armas lo son –respondió la Segunda Voz, con cierto timbre de desafiante sarcasmo-, pero el peligro disminuye cuando las sabes empuñar.

-¿Y tú sabes empuñar a Gerald?

-Soy el único en el mundo que puede hacerlo.

La contratista de Burns rió con ganas, con una carcajada burlona, maliciosa, que dejaba muy clara su opinión. Quizá hoy se le hubiese roto la tela, pero ella era Jessica Lovejoy, la titiritera. No existía hombre, mujer o niño que no bailase al son que ella marcaba. Si Gerald Samson resultaba ser la formidable arma que prometía, no pasaría mucho tiempo antes de que su corazón y su alma le perteneciesen por completo.

-Ay, Robert –dijo Jessica, con la voz aún convulsionada por la risa, y secándose una lagrimilla rebelde que amenazaba con caer por su mejilla-, nunca cambiarás ¿verdad? Siempre serás un payaso, un actor secundario en la comedia que otro protagoniza.

Robert Underdunk Terwilliger, la Segunda Voz, guardó silencio y miró, pensativamente, hacia la imagen de la joven rubia de duro aspecto que brillaba unos centímetros por encima del codificador holográfico. Sobre un párrafo de pequeñas y apretadas letras amarillas que flotaban fantasmagóricamente en el aire junto a la imagen podían leerse dos simples palabras.

“Margaret Simpson”

1 navegantes opinan:

Indy dijo...

Ya sabes lo que opino de lo que escribes y cómo escribes. No hay mucho más que decir. <3

P.D.: ¡Fularr! Hoy la verificación de blogger nos ha salido un poco Chiquito. xD.